sábado, 9 de junio de 2012

¡Seguimos leyendo y creando en el taller de plástica!!

Hoy comenzamos a leer la historia original de Pinocho, este personaje tan popularmente conocido como el muñeco de madera al que le crece la nariz al decir mentiras y que ha  llegado a nosotros, en la mayoría de los casos, a través de las distintas adaptaciones que de ella existen.
Su autor, Carlo Collodi (1826-1890) un escritor nacido en Italia, escribió esta historia bajo el título de: "Las aventuras de Pinocho" (1881).
De todas las adaptaciones sin dudas la más popular es la que fue llevada al cine por el realizador Walt Disney en el año 1940, pero lamentablemente esta adaptación dista mucho de la versión original, en ella no solo fueron resumidas ciertas partes o quitadas, algo lógico al trasladar un texto escrito a un formato visual, sino que se agregaron sucesos a la historia que el autor jamas escribió y quienes pudieron ver la película creen conocer la historia y no es así.
Las aventuras de Pinocho no  fueron creadas como novela, en un comienzo, sino en pequeños capítulos que se fueron publicando semana tras semana en una revista infantil llamada  "Giornale per i Bambini" y su publicación se convirtió en un éxito inmediato.
La cantidad de  entregas que se publicaron sumaron un total de 36 y es esa la cantidad de capitulos que reúne la novela de Collodi publicada más tarde.


Hoy leímos dos de estos capítulos, porque con el primero no nos alcanzó, teníamos demasiada intriga para dejarlo allí. (Acordamos para los próximos encuentros ir leyendo poco a poco los  capítulos en algún momento del taller).
A continuación va el texto leído y los trabajos de los chicos que continuarán elaborando ya que quedaron motivados para agregarle detalles y accesorios al cuerpo de su títere base.


El libro que leímos esta editado por Emecé. Traducción y notas de Guillermo Piro Ilustraciones de Carlo Chiostri (1901)


Y comienza así:


I
De cómo maese Cereza, carpintero,
encontró un pedazo de madera
que lloraba y reía como un niño. (1)


Había una vez…
“¡Un rey!”, dirán enseguida mis pequeños lectores.
No, muchachos, se han equivocado. Había una vez un pedazo de
madera.
No era una madera lujosa, sino un simple pedazo de leña, de esos que
en invierno se meten en las estufas y en las chimeneas para encender el fuego
y calentar las habitaciones.
No sé cómo ocurrió, pero el hecho es que un buen día este pedazo de
madera apareció en el taller de un viejo carpintero, cuyo nombre era maese
Antonio, aunque todos lo llamaban maese Cereza, a causa de la punta de su
nariz, que siempre estaba brillante y violácea, como una cereza madura.
Apenas maese Cereza vio ese pedazo de madera, se alegró mucho; y frotándose
las manos, satisfecho, murmuró a media voz:
—Esta madera ha aparecido a tiempo: me serviré de ella para hacer la
pata de una mesita (2).
Dicho y hecho, tomó inmediatamente el hacha bien afilada para comenzar
a quitarle la corteza y a desbastarla, pero cuando estaba por atestar el
primer hachazo se quedó con el brazo suspendido en el aire, porque oyó una
vocecita muy suave que pidiendo clemencia decía:
—¡No me golpees tan fuerte!
¡Imagínense (3) cómo quedó el buen viejo maese Cereza!
Con los ojos desencajados miró alrededor para ver de dónde podía proceder
esa vocecita, ¡y no vio a nadie! Miró debajo del banco, y nadie; miró en
el cajón de las virutas y del aserrín, y nadie; abrió la puerta del taller para echar
una mirada también a la calle, y nadie. ¿O tal vez…?
—Ya entiendo —dijo entonces riendo y rascándose la peluca—; se ve
que esa vocecita me la imaginé yo. Volvamos al trabajo.
Y tomando nuevamente el hacha dio un solemnísimo golpe sobre aquel
trozo de madera.
—¡Ay! ¡Me has hecho daño! —gritó quejándose la misma vocecita.
Esta vez maese Cereza se quedó de piedra, con los ojos fuera de las órbitas
por el miedo, con la boca abierta y la lengua afuera, colgándole hasta el
mentón, como el mascarón de una fuente.
Apenas recobró el uso de la palabra comenzó a decir, temblando y balbuceando
a causa del miedo:
—¿Pero de dónde habrá salido esa vocecita que ha dicho ay…? Y sin
embargo aquí no hay nadie. ¿Será posible que este trozo de madera haya
aprendido a llorar y a lamentarse como un niño? No lo puedo creer. La madera
está aquí; es un trozo de madera de chimenea, como todos los otros, de los
que se echan al fuego para hacer hervir una olla de porotos… ¿O tal vez…?
¿Y si hay alguien escondido dentro? Si hay alguien escondido allí, peor para
él. ¡Yo voy a arreglar esto!
Y diciendo eso agarró con las dos manos aquel pobre trozo de madera y
se puso a golpearlo sin piedad contra las paredes del taller.
Después se puso a escuchar, para ver si oía el lamento de alguna vocecita.
Esperó dos minutos, y nada; cinco minutos, y nada; diez minutos, ¡y nada!
—Ya entiendo —dijo entonces esforzándose por reír y rascándose la
peluca—, ¡se ve que esa vocecita que dijo ay, me la imaginé yo! Volvamos al
trabajo.
Y como el miedo le había entrado hasta los huesos, se puso a canturrear
para darse un poco de ánimo.
Entretanto, dejando el hacha a un lado, tomó en su mano el cepillo,
para cepillar y pulir el trozo de madera; pero mientras cepillaba de arriba
abajo volvió a oír la misma voz que riendo le dijo:
—¡Basta ya! ¡Me estás haciendo cosquillas!
Esta vez el pobre maese Cereza cayó al suelo como fulminado. Cuando
volvió a abrir los ojos se encontró sentado en el suelo.
Su rostro parecía transfigurado, e incluso la punta de la nariz, que solía
tenerla siempre violácea, se le había puesto azul a causa del miedo.





II
Maese Cereza, regala el trozo de madera a su amigo Geppetto,
el cual lo acepta para fabricar con él un maravilloso muñeco
que sepa bailar, practicar esgrima y dar saltos mortales.


En aquel momento llamaron a la puerta (4).
—Adelante —dijo el carpintero, sin fuerzas para volver a ponerse de pie.
Entonces entró en el taller un viejito muy vivaz que se llamaba Geppetto;
pero los chicos del vecindario, cuando querían hacerlo enojar, lo llamaban
con el sobrenombre de Polentita, a causa de su peluca amarilla, que se
parecía muchísimo a la polenta de maíz.


Geppetto tenía muy mal genio, ¡Cuidado con llamarlo Polentita! De
inmediato se ponía hecho una furia y no había modo de contenerlo.
—Buen día, maese Antonio —dijo Geppetto—. ¿Qué hace ahí en el
suelo?
—Les enseño a contar a las hormigas (5).
—¡Que le haga provecho!
—¿Qué lo trajo a verme, compadre Geppetto?
—Las piernas. Sabe, maese Antonio, vine a verlo para pedirle un favor.
—Aquí me tiene, listo para servirlo —replicó el carpintero, alzándose
sobre sus rodillas.
—Esta mañana se me ocurrió una idea.
—Oigámosla.
—Pensé en hacer un lindo muñeco de madera; pero un muñeco maravilloso,
que sepa bailar, practicar esgrima y dar saltos mortales. Con este
muñeco quiero dar la vuelta al mundo, para conseguir un trozo de pan y un
vaso de vino; ¿qué le parece?
—¡Bravo, Polentita! —gritó la acostumbrada vocecita, que no se entendía
de dónde salía.
Al oír que lo llamaban Polentita, el compadre Geppetto se volvió rojo
como un pimiento, y volviéndose al carpintero le dijo, furioso:
—¿Por qué me ofende?
—¿Quién lo ofende?
—¡Me llamó Polentita!...
—Yo no fui.
—¡Ahora resulta que fui yo! Yo digo que fue usted.
—¡No!
—¡Sí!
—¡No!
—¡Sí!
Y acalorándose cada vez más pasaron de las palabras a los hechos, y,
agarrándose, se arañaron, se mordieron y se dieron de lo lindo.
Acabado el combate, maese Antonio se encontró con la peluca amarilla

de Geppetto en las manos, y Geppeto se dio cuenta de que tenía la peluca
canosa del carpintero en la boca.
—Devuélvame la peluca —dijo maese Antonio.
—Y usted devuélvame la mía, y hagamos las paces.
Los dos viejitos, después de haber recuperado cada uno su propia peluca,
se estrecharon las manos y juraron que serían buenos amigos toda la vida.
—Entonces, compadre Geppetto —dijo el carpintero en son de paz—,
¿cuál es el favor que quiere de mí?
—Quisiera un poco de madera para fabricar mi muñeco; ¿me la da?
Maese Antonio, muy contento, fue enseguida a tomar del banco aquel
pedazo de madera que le había dado tanto miedo. Pero cuando fue a entregárselo
a su amigo, el pedazo de madera dio una sacudida, y escapándosele violentamente
de las manos fue a golpear con fuerza en las descarnadas canillas
del pobre Geppetto.
—¡Ah! ¿Es éste el bonito modo en que maese Antonio regala sus cosas?
¡Casi me ha dejado rengo!...
—¡Le juro que yo no fui!
—¡Entonces fui yo!...
—La culpa la tiene esta madera…
—Por cierto que la culpa la tiene la madera: ¡pero ha sido usted quien
me la ha tirado a las piernas!
—¡Yo no se la he tirado!
—¡Mentiroso!
—Geppetto, no me ofenda; ¡si no, lo llamo Polentita!...
—¡Asno!
—¡Polentita!
—¡Burro!
—¡Polentita! (6)
—¡Mono feo!
—¡Polentita!
Al oír que lo llamaban Polentita por tercera vez, Geppetto perdió los
estribos y se arrojó sobre el carpintero; y allí volvieron a darse de lo lindo.
Acabada la batalla, maese Antonio se encontró con dos arañazos más en
la nariz, y el otro con dos botones menos en el chaleco. Saldadas de este modo
las cuentas, se estrecharon la mano y juraron ser buenos amigos toda la vida.
Entretanto, Geppetto tomó el buen pedazo de madera y agradeciendo a
maese Antonio (7) volvió rengueando a su casa.


Notas del traductor
(1) Los títulos de los capítulos, a modo de didascalia, aparecen en la primera edición en volumen.
(2) El traductor es enemigo natural de los diminutivos, pero en las Aventuras son precisamente éstos
los que indican una fuerte pertenencia psicológica al mundo inestable de lo efímero.
(3) Primera de una larga serie de llamados al “pequeño lector” que pueblan las Aventuras, en los
que el autor irrumpe en el relato para hacerlo partícipe de algún suceso particular o para llamar su
atención con el fin de agilizar la comprensión de lo que ocurrirá, y que de ahora en más evitaremos
destacar.
(4) Cuando hace un instante maese Cereza abrió la puerta del taller y echó una mirada a la calle
buscando alguien a quien atribuirle aquella “vocecita muy suave”, no había nadie. Y ahora resulta
que ese “nadie” golpea a su puerta.
(5) “Insegno l’abbaco alle formicole”. La respuesta retórica e irónica, proviene de un dicho popular:
“Insegnare l’abbaco” significa: enseñar a contar.
(6) Nótese que todos los insultos que Geppetto dirige a maese Cereza son de naturaleza animal: asno,
burro, mono feo. Maese Cereza puede ser insultado de muchos modos, es un hombre, le corresponde
cualquier insulto. Pero Geppetto puede ser insultado sólo con el ambiguo nombre de Polentita.
(7) “Señoras y señores, quisiera que me fuese permitido despedir calurosamente a maese Cereza,
que ha, no sin decoro y con la ineptitud que tiene en común con todos nosotros, llevado a cabo una
tarea nada fácil ni halagüeña: no olvidemos que él es nuestro único representante, aquel cuyo único
destino es el error” (Manganelli, Giorgio; Pinocchio: un libro parallelo; Einaudi, Turín, 1982).


Fuentes: http://www.imaginaria.com.ar (Aquí pueden encontrar el texto completo)



Video de Pinocho en acción


















Taller grupal de plástica
Actividad realizada: Lectura y realización de títeres con material de desecho. Juego dramático.
Contenidos plásticos: Figura humana. Títeres de varilla volumétricos
Fecha: 08-06-2012
Docente : Prof. Adriana Reta

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